He de confesar que tengo mucho tiempo de no hacerme un examen de sangre. De esos que son hemograma completo, plaquetas, glóbulos rojos y demás. De esos que incluyen al mismo tiempo los índices de colesterol bueno y malo, el ácido úrico, los triglicéridos, etc.
Tenía cinco años desde mi último examen, bueno, está bien, debo ser honesta: esos cinco años se estiran un poco y son más como unos siete años.
¡Me imagino la cara de pánico que más de uno debe estar haciendo! Es que he estado ocupada, con el trabajo, con el cambio de dieta libre de gluten, adaptándome a las situaciones y mi nuevo estilo de vida. Estaba muy ocupada preocupándome por comer libre de gluten. Y lo digo así porque no solo me ocupé en hacer los cambios en mi dieta, me “pre-ocupé” también, y mucho. A veces siento que me paso la mitad del tiempo pre-ocupándome y, es que claro, para nosotros, los abstemios del gluten es de vital importancia la planificación.
Así que, escaparon de mi mente los chequeos y exámenes de sangre. Además, ¿para qué? Si yo como muy sano.
Bueno, me alegro de haber hecho el examen, no porque saliera todo en orden y ahora estoy muy tranquila, por el contrario: ¡me quedé en la prueba! ¡Y por bastante!
Resulta que tengo el colesterol malo alto, fuera de rango, y los triglicéridos están dentro de rango, pero próximos al límite. Aparentemente, mi “saludable dieta libre de gluten” no es ni tan saludable.
No me refiero a los alimentos naturales, los que literalmente salen de la tierra a mi cocina, donde los preparo con esmero. Me refiero a los productos procesados que compro en el supermercado, como las galletas, embutidos, chips, barras energéticas, papitas tostadas, bebidas de frutas (que tienen como 10% de fruta y el resto es artificial, aunque por alguna razón la industria insiste en poner “natural”).
Piénsenlo, si a todos estos alimentos procesados libres de gluten les eliminan el gluten, ¿por cuál otro relleno lo remplazan?
Me di a la tarea de investigar un poco sobre el tema. Comparando los productos de mi alacena con su contraparte con gluten. Resulta que los productos libres de gluten contienen considerablemente más azúcar, más grasa y más colesterol que su versión con gluten. En el proceso de eliminación o extracción, la industria alimentaria debe sustituir con algo, y ese “algo” no siempre es bueno para nuestra salud.
Cuando me diagnosticaron, hace más de doce años no había opciones en el supermercado, galletas, pastas, panes ni queques libres de gluten. Así que, todo lo que comía lo preparaba desde cero. Ardua tarea, para cualquiera. Cuando empezaron a llegar los productos etiquetados libres de gluten a los abarrotes en mi país, ¡me volví loca! Tenía que probarlos todos, tenía que comprar más de uno por si por alguna extraña razón, fuera de mi control, los productos no fueran a llegar nunca más a los supermercados. No hace falta decir que mi alacena estaba a reventar ¡y mi corazón y felicidad también!
Nunca había visto tantas opciones para mi dieta en un solo lugar. Me dediqué por varios años a comprar cualquier cosa que pasara frente a mis ojos, solo porque dijera libre de gluten, sin importar la calidad, la información y valor nutricional. El único “valor” que podía ver en ese momento era “el valor de ser normal”. Nada más me importaba.
Finalmente gané unos kilos extra, que en mi caso eran buena noticia, ya que había perdido mucho peso en el tortuoso proceso de ser diagnosticada. ¡Estaba encantada!
¡Encantada!, si encantada, como bajo un hechizo, ciega a la verdad. Fui la consumidora perfecta, víctima de las campañas publicitarias del libre de gluten, caí en la trampa de consumir los supuestos alimentos saludables, solo por el hecho de no tener gluten. Un frenesí de compras, con un duro golpe a mi cartera y a mi salud.
Gracias al examen de sangre he despertado. Mi alacena sigue repleta de productos, enlatados, galletas, procesados y más, en este momento estoy “gastando” todo lo que tengo en mi casa. No voy a comprar nada más hasta que termine mi abastecimiento con capacidad para alimentar a una campaña militar por unos cuantos meses. Sería un desperdicio no utilizarlo.
Por el momento, me estoy concentrando en hacer compras inteligentes. Sí: frutas, vegetales, semillas, nueces. El problema es que todo debo prepararlo en casa y eso puede resultar agotador. Ahí es cuando corremos el riesgo de tener una recaída, recaer en la comodidad, en lo que es más fácil y rápido, en lo que me resuelve la vida.
Creo que hay un equilibrio importante entre comer saludable, que sea conveniente y que no demande demasiadas horas a la semana en preparación. No me gusta complicarme.
He llegado a comprender que cuando me complico más de la cuenta, las cosas no me salen bien. He asumido la misión de perfeccionar ese punto de equilibrio, de encontrar esos alimentos que me aporten valor nutricional, sin saquear mi cartera y sin atacar mi ánimo y disposición.
Cosas ricas y fáciles, cosas que no sean procesadas o, por lo menos, no tanto. Y cuando caigo en tentación de comprar algo solo porque dice “libre de gluten” lo examino con más cuidado, me fijo en la tabla nutricional, en el tamaño de la porción para el cálculo y me pregunto ¿en realidad lo quiero?, ¿lo necesito?, ¿me simplifica la vida, me resuelve, me aporta vitaminas y minerales? Esto me ayuda a controlarme un poco y a tomar decisiones inteligentes. No estoy diciendo que ya no como helados y chocolates, eso difícilmente va a suceder. Pero definitivamente tomo mejores decisiones y ya no me dejo llevar por el impulso inicial y la emoción de encontrar opciones “libre de gluten”.
Con cariño,