
Experimentos libres de gluten que no siempre salen bien
Este fin de semana quise cocinar algo especial para el desayuno, bueno, mejor dicho, para el brunch. Fue uno de esos domingos en los que uno se levanta pausadamente y se dispone a “llevarla suave”, tal vez leer una buena novela, ver una película en la cama con palomitas y tomar una siesta por la tarde. Esta es la descripción de mi ánimo y mis intenciones domingueras. Decidí sin más reparo cocinar algo especial para el brunch: panqueques de banano con harina de coco.
Recientemente encontré harina de coco, de banano y de almendras en el supermercado, todas certificadas libres de gluten. Decidí comprarlas para experimentar, con la esperanza de que fueran una magnífica solución para mi crisis pastelera libre de gluten.
Ya podrán imaginar mi emoción el domingo por la mañana, en pijamas, despertándome a media mañana y con el delicioso aroma del café recién chorreado en la cocina. Todos los elementos necesarios para dejar volar mi musa creativa y hacer algo maravilloso, digno de postear en La Guía Libre de Gluten.
Bueno, nada de eso… las cosas no salieron como esperaba, eso es poco decir. De todas maneras, les escribo, y lo hago por una sencilla razón: en la vida de un celiaco y en especial en un blog, no todo es color de rosa. No se trata de recetas fabulosas que siempre resultan bien y que hacen una foto genial para Instagram, se trata de la realidad, de los esfuerzos, de las ganas de no darse por vencido, de cómo llevamos el desconsuelo, y sí, de intentos fallidos.
Este fue definitivamente un intento fallido. Empezó siendo un panqueque de banano con harina de coco y cuando era claro que eso no iba a funcionar, terminó por convertirse en un pequeño pan horneado de banano y coco. Después del pan, no hice otro intento. Ya no me quedaba mezcla y lo que emergió del horno era todo lo que tenía para salir con la cabeza en alto. El pan no estuvo tan mal… si obviamos el hecho de que era diminuto, no creció, quedó apelmazado, tenía una textura grumosa y la mitad se quedó pegada en el molde, sí, en definitiva, no estuvo tan mal. Por lo menos tenía buen sabor.
Creo que es importante hablar de esto. De esos momentos de frustración cuando las cosas no salen como queremos. Hay que aprender a manejarlo y no es fácil. El panqueque destruido y pegado al sartén, casi se lleva lo mejor de mí, respiré profundo y decidí intentarlo nuevamente. Así fue como llegue a agregarle miel de abeja a la mezcla y ponerla en el horno en un molde por más de media hora. Para cuando salió del horno yo ya había tomado una taza de café y me sentía mucho mejor. Pensé que iba a funcionar, se veía bien, dorado, esponjoso: era una ilusión óptica. Una vez desmoldado pude apreciar la verdad: no importa por donde lo viera, era un intento fallido. Pero no por eso una derrota.
Decidí dejarlo pasar. Dejarlo ir. Mi esposo, que es optimista de corazón, lo probó y me dijo que estaba muy bueno. Al ver su reacción, decidí probarlo yo también, y ahora sé que me estaba mintiendo. Una mentira piadosa claro está. Con una lección valiosa. Tampoco estaba tan terrible como yo pensaba y no fue más que un experimento. Por esta receta que salió mal, muchas otras han salido bien. No por eso me voy a dejar vencer, no por eso voy a dejar de intentarlo. Lo comparto con ustedes, porque sé que en algunas ocasiones también les han salido mal las cosas. Seguimos adelante y tal vez para la próxima no intentaré experimentos en un domingo con tantas expectativas, probablemente utilice una premezcla y dejaré el laboratorio para un día especial, designado como: experimental.
Con cariño,