¿Alguna vez los ha invadido la apremiante necesidad de comer algo realmente dulce, en específico ese tipo de dulce que además de estar repleto de azúcar es frito? Pues a mí me sucede, más a menudo de lo que quisiera. Ciertamente me esfuerzo por controlar mis impulsos, casi siempre lo logro. Pero de vez en cuando, lo único que quiero es rendirme. Y no hay nada de malo en rendirse, cuando vale la pena. Rendirse ante amor, rendirse en una silla frente al mar, al verano, a las tardes soleadas… ¿ven? De vez en cuando rendirse es bueno. Así que esta semana, me tomé la libertad de decir: ¡me rindo! Me rindo ante el antojo y, si voy a rendirme, lo voy a hacer bien hecho. Mi madre siempre me dice que, si voy a hacer algo, es mejor que lo haga bien. Tomo su consejo, como si llevara una placa en el pecho. Levanto mi bandera blanca, símbolo internacional de la rendición y me dispongo a hablar seriamente: ¡de churros! Y en serio, vale la pena.
No solamente son deliciosos, sino que además evocan mi niñez. Cuando éramos pequeños nos llevaban a las ferias, al carnaval, al circo, a los juegos mecánicos. En estos lugares siempre hay tres cosas que nunca faltan: diversión, algodón de azúcar (al cual me he referido en otras ocasiones) y sí, ¡churros! Los churros forman parte de la cultura, del sentir popular, de la niñez y de la vida adulta también, no hay que negarlo, a todos se nos antojan de vez en cuando. Son pequeñas piezas que nos construyen poco a poco, son bocadillos que satisfacen en el momento, pero además de eso nos queda un sabor con recuerdo, con recuerdos alegres, con sabores de infancia y con una cierta nostalgia.
Llevar una vida libre de gluten implica estar alerta, en casi todo momento. No siempre es fácil, casi siempre me lo tomo con filosofía, con optimismo y con creatividad, pero hay momentos en los que no quiero estar alerta, en los que solo quiero disfrutar y despejarme. Vale la pena llevar un estilo de vida saludable, cuidarse, comer sano, hacer ejercicio, pero vale la pena también comerse un churro. Así que esta semana me voy a comer un churro y, por el afán de hacer bien las cosas, tal vez me coma dos. En honor a mi niñez, en honor a la feria, el circo y el carnaval, en honor a la diversión, en honor a mí misma. Claro, no crean que es un churro de trigo; por supuesto que es libre de gluten. No es que me este volviendo loca. ¡Que vivan los churros!
Con cariño,