Me invitaron a una boda. Bueno, a mí y a mi esposo. Yo soy celiaca, él no; aunque sufre conmigo y se alegra conmigo cada vez que divisamos en el supermercado algún producto libre de gluten o cuando encontramos un restaurante con opciones aptas, o… cuando ocurre algo maravilloso, un hecho casi tan escaso como el paso de un cometa por la tierra: que nos inviten a una boda y que haya un menú libre de gluten para mí (en realidad que un cometa pase por la tierra es mucho más probable que un menú libre de gluten en un evento social, de hecho, pasan por la atmósfera decenas todos los días).
Esto no me pasa a menudo y la idea de no tener que andar con una lonchera (que claramente no va con mi vestido ni con mi estilo) es motivo de celebración.
De primera entrada me sentí entusiasmada ante la noticia, mi esposo me dijo: “Llamé a confirmar nuestra asistencia y me dijeron que vas a tener menú libre de gluten para la recepción.”
La alegría y el positivismo nos embargaron, qué triunfo no tener que averiguar (tratando de no pasar por loco o entrometido) qué iban a servir en la cena para tratar de emular en mi casa los platillos y no desentonar demasiado. Terrible cuando uno llega con una ensalada de pasta de quinoa y en el lugar del evento sirven filet mignon. Esto me ha pasado muchas veces. Normalmente en fiestas con amigos, cuando llego con ensalada de frutas y había carne asada, elotes, nachos y demás. ¡Es una tortura! Que lo diga quien a sufrido haciendo una dieta y lo invitan a una chocolatería. No hay voluntad que resista, ni cuerpo que lo tolere.
El caso es que, en esta boda tenía menú gluten libre de gluten y la verdad me sentía animada. Aunque he de admitir que por una pequeña fracción de segundo me entró la duda, me secuestró el miedo. ¿Y si no es libre de gluten? ¿Y si llegamos y no hay comida para mí? No, no, jamás. Si nos aseguraron que había menú especial para mí. Me sentí agasajada, que entre “el corre-corre” de una boda, la planificación y miles de detalles, se acordaran de mí y de mi intolerancia al gluten.
Así que me quedé tranquila, bueno tranquila dentro de lo posible para mí. Al final, me entró la espinita y empaqué unos bocadillos por cualquier cosa. Pejibayes, fuet (un embutido curado hecho a base de cerdo), uvas y unas cidras de manzana. Solo por una emergencia.
Benditas sean las uvas, el pejibaye, la cidra y el fuet, porque cuando finalmente llegamos, no había comida para mí.
La celebración del matrimonio era fuera de nuestra ciudad. A unos cuatrocientos kilómetros de distancia y, por cosas del destino, en la carretera hubo incendios (es la época seca y esto es común), choques entre vehículos y un puente en reparación. Así que, tardamos más de lo programado, es decir, llegamos a la ceremonia con hambre después de seis horas en el carro. Pero todo estaba bien, el lugar definitivamente era precioso y ya pronto llegaría la hora del coctel y los aperitivos, mientras los novios, ahora esposos, hacían su sesión fotográfica.
Nada como un largo viaje y una buena dosis de calor y tumulto para empezar a soñar con un coctel en el desierto.
Oh no… empiezan a llegar los aperitivos, diminutos bocadillos de pescado empanizado, butifarras rellenas y muchas más delicias innombrables. Todas rebosantes de empanizados y gluten. La preocupación me empezó a inundar el alma y en mi interior una mezcla de desazón e incertidumbre se empezó a apoderar de mi razón.
Pensamiento positivo, “mindfulness”, yoga mental, contar hasta mil, nada funcionó. Mientras todos sonreían en sus lindos vestidos y trajes con un coctel en la mano, yo pensaba en todos los momentos en que me dije a mi misma: “mejor llamo de nuevo, debería preparar algo de respaldo”. Ah, pero no, yo tengo más de doce años de estar en esto, se lo que estoy haciendo.”
Moraleja: nunca, pero nunca, se deja de aprender, no debemos bajar la guardia, y chicas, para eso están de moda las carteras grandes, para llenarlas de meriendas, nueces, chocolates, barritas de granola libres de gluten y demás. No salgan de la casa sin abrigo, decía mi mamá. Bueno no salgan de casa sin abrigo y sin merienda libre de gluten, no importa que tan corta o larga sea la salida, nunca se sabe.
En esta ocasión, lo que me salvó fueron mis meriendas, que las hice variadas: uvas como la porción de fruta, el fuet como proteína y el pejibaye que tiene mucha fibra y vitaminas. Sin esto, la recepción para mí hubiera sido trágica, como la Divina Comedia de Dante. Por atenida y por creer que el menú era libre de gluten, caí en el Infierno, expié mis pecados en el Purgatorio y gracias a la merienda que había empacado regresé al Paraíso. Pasé por las tres cánticas principales de Alighieri y al final comprendí que no importa cuanto tiempo haya pasado, seguimos aprendiendo todos los días, a veces por las buenas y a veces no tanto…
Con cariño,